Cuando un niño termina la primaria y está a punto de entrar a la secundaria comienza con la idea de que (según su alterada perspectiva) deja de ser un niño y se convierte en toda una persona adulta, haciendo caso omiso de todas las veces que se repite la palabra adolescencia en su libro de ciencias naturales. Y la vida es tan cruel que para hacerles creer que tienen la razón es más o menos en esa época en la que descubren que hay vida entre sus piernas, que tienen que comenzar a usar desodorante y que son orgullosos portadores de tres pelos en la barbilla que la mayoría de las veces tienden a eliminar clandestinamente con el rastrillo del padre dejándose casi siempre una línea roja delatora.
Es ésta idea la que automáticamente los hace empezar a cometer tonterías tales como ahogarse mientras tratan de fumar un cigarro para verse mayores e interesantes o robarse una revista de vaqueritas de la peluquería e ir a presumirla a la escuela, en caso de los hombres. Con las niñas la cosa es más discreta, y para comunicar sus avances (y de paso ver si pueden obtener información del cada vez más interesante sexo opuesto) recurren al chismógrafo, un cuadernito con una pregunta en cada página y los renglones enumerados. Siempre me dio flojera hacer uno, pero he de admitir que contesté más de dos.
Cuando yo estuve en la primaria y secundaria las preguntas eran bastante inocentes. Creo que lo más fuerte que se preguntaba era si ya habíamos dado nuestro primer beso, pero al parecer cada generación se apresura más en alcanzar a la anterior y yo ya no sé qué pasó aquí.
Todo ésto viene a que hoy, mientras ordenaba mi cuarto, encontré un cuaderno que no pude reconocer como mío. Y es que no recuerdo haber comprado jamás un cuaderno negro con un escorpión fluorescente en portada. Cuando lo abrí me di cuenta de que era un confesionario que hizo alguna niña del salón de mi primoo que sin duda estaba bastante trastornada.
La primera pregunta es clásica: tu nombre. Ahí me vine enterando del apodo con el que llaman y se hace llamar mi primo. Ya sabía yo que se había roto la boca un par de veces y que se jodió un poquito, pero jamás había notada la similitud que hay entre su boca y el pico de un ganso. Me burlé un poco y seguí leyendo para ver qué otro detalle interesante de su vida encontraba.
Podría hacer una caricatura ilustrando la forma en la que me cambiaba la expresión, y es que me da un poco de temor la forma en la que la criatura que hizo el chismógrafo habla de mediciones fálicas, por poner lo más decente que pude encontrar. Es decir, ¿eso lo escribió en serio una niña de 11 años? Hay algunos detalles delatores, como la caligrafía, los corazones en lugar del punto y todas las palabras mal escritas (pikas, gey, agasagado, masturdas, fantacia, bracier... si es que amanecimos desatados), pero sigo sorprendiéndome.
Afortunadamente mi primo tiene el suficiente pudor para dejar en blanco las preguntas más comprometedoras, pero aquellas que se dignó a contestar me dejaron con una imagen rara de él. El inocente parece un hamster desnutrido (estará todo lo flaco que quieran, pero sigue viéndose tierno, inocente y aplastable) y ahora me vengo a enterar de que de vez en cuando fuma, toma y es bastante conformista con sus fantasías sexuales.
Y yo que me sentí seriamente perturbada cuando descubrí sin querer la presencia de líbido en mi primo... ésto me dejó con tantas imágenes mentales tan desagradables todas y cada una de ellas que tuve que dejar de leer y ya no sé si quemar el cuadernito o guardarlo como futuro instrumento de chantaje o burla.
Y es que en realidad, hay detalles en la vida de las personas que preferiría ignorar.
viernes, agosto 20, 2004
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